En los años 90, en Barcelona, yo trabajaba en una empresa de cimentaciones especiales desde las nueve de la mañana y hasta las siete de la tarde con un montón de tiempo perdido para comer que aprovechaba para pasear por el Exaimple barcelonés y conocer sus joyas arquitectónicas y que me sirvió para aprender a estar sola, a disfrutar de un tiempo de silencio y meditación.
Cuando terminaba en la oficina iba a la facultad de derecho, como me perdía las primeras horas, los compañeros que me pasaban los apuntes me dejaban las últimas para mí por lo que salía de clase a las nueve o las diez de la noche, dependiendo del día. Como vivía a una hora de la universidad imaginad a qué horas llegaba a casa, solo para cenar y acostarme rápido que había que madrugar.
Mi marido trabajaba en Zona Franca en una fábrica de coches por lo que el autobús de la empresa le recogía en nuestro barrio, un barrio obrero de la periferia a las cinco y media de la mañana. Cuando él se iba yo estaba durmiendo, una hora después me levantaba para desayunar y acudir a mi curro. Sobre las seis de la tarde, el autobús de la empresa volvía a dejarle en el barrio pero a esa hora yo estaba aún trabajando o si era viernes y tenía la tarde libre, en la facultad, apenas si nos veíamos.
Entonces no había móviles, internet, whatsapp por lo que en el descanso de clase yo corría a la cabina de teléfonos para poder hablar con él cinco minutos. Como mi aula tenía los asientos corridos y una mesa para todos, si no estaba sentada en el extremo, saltaba corriendo por la mesa para que me diera tiempo a cruzar la Facultad, llegar al teléfono, hablar cuatro palabras con él y volver a tiempo del inicio de la siguiente clase.
Ayer, cuando vi a los diputados salir corriendo para no perder el último tren o avión después de realizar la última votación, tras doce horas en el Congreso y toda la semana en Madrid me acordé de aquellas carreras que yo me daba por la Facultad hasta el teléfono y las que me daba a las diez de la noche por la Diagonal para no perder el autobús y llegar a mi casa después de quince horas de jornada antes de que mi marido se hubiera acostado.
Reivindicamos que queremos políticos como nosotros, gente normal con problemas de gente normal, que nos comprendan porque vivan y sientan como nosotros y cuando nuestros políticos hacen lo que cualquiera de nosotros, nos escandalizamos. Ayer las carreteras de Madrid se colapsaron con toda la gente que salía de puente, esta mañana ha pasado tres cuartos de lo mismo. Y sí, es verdad que hay mucho paro y gente que no puede salir, yo misma me encuentro entre ellos. No he viajado este puente porque en noviembre vienen los pagos del segundo plazo de hacienda y la economía familiar, mermada por el paro, no llega para viajes de placer. Pero no está en mi ideario socialista querer igualarnos a todos en la miseria sino todo lo contrario, volver a gobernar pensando en la gente, para los más desfavorecidos, sin recortes austericidas, ni privatizaciones de lo público en beneficio de los amigos.
Ya había escrito alguna vez aquí en ese sentido, lo absurdo que es hablar de casta política, de que están fuera de la realidad, de que no pisan la calle y luego, cuando, por ejemplo en twitter, se relacionan como personas normales les lapidamos y buscamos tres pies al gato de cada comentario, de cada palabra, haciéndoles huir del ámbito público. Con lo que sucedió ayer pasa algo parecido. ¿Qué mal hay en querer dormir en casa, con los tuyos, después de llevar días fuera? ¿Hubiera cambiado en algo el sentido de la votación por quedarse sentados y firmes hasta que sonara la campana? Ya os digo que no, que lo grave que sucedió ayer no es que un grupo de gente, padres y madres de familia, maridos, esposas, hijos, amigos, evitaran perder el último avión o tren, lo grave que ocurrió ayer es que la mayoría absolutísima del PP se cargó el Sistema Público de Pensiones impunemente y sin que hoy estamos todos afeándoselo sino discutiendo si son galgos o podencos.
Hemos perdido otra batalla, vamos perdiendo la guerra y mucho me temo que de seguir así, jamás recuperaremos todos los derechos perdidos en tan solo dos años. ¡Qué pena tan grande!