El 23 de febrero del 81, mientras Tejero gritaba en el Congreso aquello tan famoso de «quieto todo el mundo» yo estaba ensayando para mi Primera Comunión. Tenía 9 años y en mayo era el evento.
Recuerdo perfectamente que estábamos mi madre, mi abuela y yo en la Iglesia que hay junto a la Plaza de la Prospe y que comenzaron a entrar hombres en busca de sus mujeres e hijos. Lo que más me sorprendió fue ver entrar a mi padre en la casa del Señor, ya que mi progenitor era más de esperar en el bar de enfrente.
Entre susurros preocupados nos fuimos a casa y allí recibimos la llamada de mi abuelo Garrote, Teniente Coronel en la reserva, que con la voz cortada por la emoción decía «otra vez el 36 no, hijos míos, otra vez aquel horror».
Mi madre ya era afiliada a la UGT y el PSOE por aquel entonces y le consta que en ambas sedes se quemaron centenares de documentos por el miedo a que triunfara el golpe y los socialistas volviéramos a ser represaliados.
A la mañana siguiente el alivio por el fracaso del Golpe de Estado todavía estaba teñido de miedo, ese miedo vívido y real que se te mete en el cuerpo y te hiela la sangre. Si Tejero, Armada y compañía se hubieran salido con la suya, qué hubiera sido de todos nosotros. No quiero ni imaginarlo.