El 23 de febrero del 81, mientras Tejero gritaba en el Congreso aquello tan famoso de «quieto todo el mundo» yo estaba ensayando para mi Primera Comunión. Tenía 9 años y en mayo era el evento.
Recuerdo perfectamente que estábamos mi madre, mi abuela y yo en la Iglesia que hay junto a la Plaza de la Prospe y que comenzaron a entrar hombres en busca de sus mujeres e hijos. Lo que más me sorprendió fue ver entrar a mi padre en la casa del Señor, ya que mi progenitor era más de esperar en el bar de enfrente.
Entre susurros preocupados nos fuimos a casa y allí recibimos la llamada de mi abuelo Garrote, Teniente Coronel en la reserva, que con la voz cortada por la emoción decía «otra vez el 36 no, hijos míos, otra vez aquel horror».
Mi madre ya era afiliada a la UGT y el PSOE por aquel entonces y le consta que en ambas sedes se quemaron centenares de documentos por el miedo a que triunfara el golpe y los socialistas volviéramos a ser represaliados.
A la mañana siguiente el alivio por el fracaso del Golpe de Estado todavía estaba teñido de miedo, ese miedo vívido y real que se te mete en el cuerpo y te hiela la sangre. Si Tejero, Armada y compañía se hubieran salido con la suya, qué hubiera sido de todos nosotros. No quiero ni imaginarlo.
Pues yo, que tenía 14 años, había ido al Corte Inglés de Goya a comprarme un coche del Scalextric (un Renault 5, concretamente). Al llegar a casa, mi madre estaba en la calle, imagino que histérica perdida, y me hizo entrar en casa del vecino con el que había ido a comprar diciéndome: «Anda, vete a casa de Fulano, que ha habido un golpe de Estado y andan los tanques por las calles.» Y me pasé varias horas jugando al Scalextric con mi flamante R-5 rojo.
Mi padre, militar, que ese día libraba, se tuvo que ir intempestivamente -bien avanzada la intentona- a su trabajo (imagino lo que pasaría mi madre). Y yo me alegré porque mi profesor de dibujo, al que no podía ni ver, no iría a trabajar al día siguiente porque al estar haciendo la mili le habrían acuartelado. Es que en 1981 los chavales de 14 años aún éramos muy críos.
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Con 14 años, cursaba primero de B.U.P. y volvía de clases de Educación Física mientras el congreso votaba la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como nuevo presidente. Al llegar a casa empecé a seguir la votación en la radio, en la onda media, que eso de las ‘efeemes’ no había llegado todavía a una pequeña ciudad como Huelva. Era el turno de nuestro diputado, Carlos Navarrete cuando empezó a notarse el jaleo que dio pie a la noche más larga. Tal vez todos los mi generación nos hicimos mayores ese día y tuvimos la primera ocasión de saber quiénes eran los buenos y, porqué, a pesar de los derechos y garantías de nuestra Constitución, aún temían a «los malos». Escuchar en 2011 a gente como González Pons pidiendo revueltas me recuerda mucho a toda esa gente que entonces puso sus esperanzas en un golpe militar para poder gestionar lo que las urnas y la democracia alejaba cada vez más de sus manos.
Mi abuelo fue carabinero de los nacionales. No por vocación, si no por ubicación geográfico temporal (lo del mal momento en mal lugar, vamos). Aunque recibía una paga del estado, que no hubiera peligrado, recuerdo que, a mis ocho años de inocencia política, me acojonó la vehemencia con que conminaba a sus hijas que fueran inmediatamente a aprovisionarse «de leche para los niños», para quedarse postrado a continuación, repitiendo la cantinela «otra vez no, dios mío, otra vez no». Mi padre, afiliado a CCOO entonces, hizo lo que imagino hicieron muchos: derecho al sindicato a verlas venir. En Barcelona no salieron los tanques, pero hubo algo de ruido de sables entre los miembros de los recientemente reinstaurados ayuntamientos democráticos y los cuatro nostálgicos que creyeron que los delirios de grandeza del general Armada y sus secuaces iban a algún sitio.
Pues aunque quede muy prosaico, yo estaba en unos futbolines (o salón recreativo, que le decían otros), porque era mi primer año de universidad y por la tarde no tenía clase. La primera noticia de que había pasado algo la oí en la radio del encargado del sitio en cuestión, aunque sin saber muy bien qué era. Luego por la noche, mirando la tele, ya fui enterándome del percal.
Pues yo tenía 8 años. De esa noche lo que más recuerdo son los nervios y la mala cara de mis padres. Casi ni cenamos, y nos tuvieron despiertos hasta que salió el rey en la tele. Entonces mis padres se tranquilizaron y nos fuimos todos a dormir rendidos. Ah, y al dia siguiente no fuimos al cole!!
Yo tenía tan solo 2 años y no recuerdo nada. Me han contado que yo estaba en casa de mi abuela, en Alicante. A mi madre mientras tanto la operaban en Barcelona. Menudo día para una operación…