Cuenta el Nuevo Testamento que Judas, el llamado Iscariote, vendió a Jesucristo a los miembros del Sanedrín guiándoles hasta él, por 30 monedas de plata y pasó a convertirse en el traidor por antonomasia de la tradición judeo cristiana.
En cambio yo siempre he sentido una especial empatía por él. Me parece que Judas era el discípulo que más amaba a Cristo. El que más esperanzas había depositado en él. El único que lo veía como un auténtico líder revolucionario.
Judas consideraba que Jesús sería el que liberaría al pueblo judío de la opresión del Imperio Romano. El que rompería las cadenas que sometían al Pueblo Elegido devolviéndoles la libertad y con ella la dignidad y el orgullo.
Con el paso del tiempo y el devenir de los acontecimientos Judas comprendió que su causa no era la del Mesías. Qué Jesús no tenía intención alguna de encabezar una revolución, por lo menos no una como la que el Iscariote anhelaba.
La decepción, la desilusión, el brutal encuentro con la descarnada realidad de que su líder, de que su admirado, de que su idolatrado Jesús no estaba a la altura de sus expectativas, llevó a Judas a la desesperación y a la traición.
Sin embargo, aquí el que sufre es Judas. Sufre porque cree que el único camino para su pueblo pasa por librarse de la tiranía romana. Sufre porque el que creía sería el llamado a encabezar tan honrosa causa en realidad tiene su propia causa que nada tiene que ver con las miserias de este mundo. Sufre porque el único modo de que su causa llegue a término es prescindir del que fue la razón para embarcarse en esa aventura. Y sufre porque en el fondo de su corazón el quería a Jesús y le hubiera seguido hasta la muerte, como de hecho sucedió.
En fin, quizás mi interpretación de los Textos Sagrados no resulte muy del agrado de Rouco Varela pero ya desde mi más tierna infancia en que le dije a las monjas que Abel me parecía un pelota y que dios era muy injusto con Caín y que por tanto yo también le hubiera arreado con una quijada de burro por repelente, condené mi alma a arder en el infierno, caso de que exista.
Tal vez algunos no podáis entender esta corriente de simpatía hacia el perdedor de Judas, hacia el traidor por excelencia, pero los que hayáis puesto toda vuestra ilusión, toda vuestra energía y todo vuestro corazón en una causa, los que hayáis seguido a un Mesías confiando en que os liberaría de vuestras cadenas, los que en algún momento de vuestra vida tuvisteis fe en alguien que luego no resultó lo que prometía, vosotros que habéis saboreado la hiel de la humillación, el vino amargo de la derrota, vosotros seguro que conocéis el peso de un saquito con 30 monedas de plata.
Yo también siento cercanía hacia los humillados de la tierra… Gran entrada compañera.
Me resulta inquietante tu entrada Martu, te leo desde hace tiempo y, aunque en desacuerdo profundo sobre el PSM y su lider, si reconozco en ti a una persona inteligente que no da puntada sin hilo (en muchos casos dos hilo al menos). Por eso la inquietud de esta entrada, la búsqueda de significados más allá de la obviedad, más allá de la solidaridad con Judas, que comparto solo a medias y con muchos interrogantes sobre su actuación.
Tu último párrafo parece que arranca con una verdad que sale de las entrañas sobre la traición sufrida para acabar de manera elegante pero engañosa en la traición cometida, cambiando de primera persona (aparente) a segunda persona (del plural, colectiva)… en fin que sigo un poco inquieto después de releerte.
Quédate tranquilo, compañero. Jamás traicioné a nadie salvo a mi misma.
No Martu, no hablo de tu traición, desde luego tus entradas han podido transmitir entusiasmo (incluso algo de forofismo en alguna ocasión), alegría, decepción, inquietud pero nunca he visto la traición… cometida. Otra cosa es como se siente uno mismo con lo que los demás hacen.
Que levante la mano quien no haya tenido alguna vez estos mismos sentimientos y estas sensaciones…
Y los mancos desesperaron…..
Pasar de la admiración a condenar a muerte a alguien debe ser propio únicamente de un profundamente desequilibrado mental. Al odio, al desprecio… vale; pero a la traición hasta el punto de condenar a muerte al otrora admirado me resulta demasiado teatralizado y a todas luces excesivo.
Saludos.
Hoy resulta absurdo preguntar:
«Usted cree en aviones?»
«Usted cree en celulares?»
Pero hace quinientos años alguien podía afirmar (una vez le expliquen que y como es):
«Yo no creo en aviones»
«Yo no creo en celulares»
No se admiren de esto, porque va a llegar la hora en que todos los muertos oirán su voz y saldrán. Los que hicieron el bien, para resurrección de vida; y los que hicieron el mal para resurrección de juicio.
Así que cuando suceda la resurrección de los muertos quien podrá decir:
«Yo no creo en la resurrección de los muertos»
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Y eso lo incluye a usted, a Judas y a mi.