Nuestro flamante Ministro de Justicia, el ex alcalde de la Cabezonada en Madrid, nuestro Faraón de la Obra Pública, nuestro Napoleón Gallardón, se ha despachado en el Congreso de los Diputados con una intervención que podría firmar cualquier miembro de las sectas ultra católicas que tanto le gustan a su archi enemiga Esperanza Aguirre: Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo, Opus Dei y otras hierbas.
Decir que en España es preciso anular la Ley del Aborto a través de la cual el Gobierno de Zapatero acabó con años de inseguridad jurídica, criminalización de la mujer y sobre todo, hipocresía social, es un disparate en si mismo.
Pero hacerlo argumentando que existe una “violencia estructural” contra la mujer embarazada y que ellos, los populares, van a defender el derecho a la maternidad en contra de estos ataques, roza el ridículo.
Dejando a un lado lo impresentable que me resultan todos los populares y su doble moral, me viene a la memoria la entrada que escribí hace unos meses “Vino Amargo” en la que hablaba del ocaso de Esperanza Aguirre y en la que inevitablemente aparecía Gallardón como gran triunfador: “Hace cuatro años, cuando Gallardón, con lágrimas en los ojos dio una rueda de prensa en la que reconocía que en política, unas veces se gana y otras se pierde y que él había perdido, yo sufrí con él. Esperanza Aguirre, cual perro del hortelano, ni comió, ni dejó comer. Ella no fue en las listas por Madrid, pero obligó a que tampoco fuera Alberto en un gesto cruel que hoy se vuelve en su contra”.
Nadie mejor que yo comprende hoy la frustración y la pena que sintió Gallardón al ver cómo Rajoy le dejaba caer. Después de tantos años de trabajo y de lealtad, en el momento de la verdad se descubrió prescindible.
En ese momento yo le animé públicamente a marcharse. Vete Alberto, los tuyos no te quieren, los tuyos no te merecen. Pero hoy, tan solo cuatro años después, viéndole sacar pecho y los pies del tiesto desde el Gobierno de España, comprobando como emerge su verdadera naturaleza ultra facha, me descubro ante él y aprendo la valiosa lección.
La política es una carrera de fondo en la que solo llegan a la meta los que perseveran. Hay algunos casos en que basta con tener un buen padrino y no hace falta ni trabajar, ni perseverar, pero la fórmula resiste y vencerás funciona, ¡vaya que si funciona!.
Pregúntenle a la Líder-Esa que buscaba junto a uno de sus secuaces algún punto débil con el que hundir al “hijoputa”a la hora de nombrar consejeros a Caja Madrid y hoy le ve por televisión, sentado a la diestra de dios, ocupando un cargo con el que ella soñó siempre.
Imagino cuántas lágrimas amargas se tragó Gallardón. Cuantos días esperando una explicación, algo que le compensara de tan tremenda injusticia. Y en algún momento de aquellas horas bajas la lucidez, la certeza de que su momento llegaría, de que no podía rendirse, de que no daría el gusto a sus enemigos de verle vencido.
Hay que reconocer que el Gran Impostor, Alberto Ruiz Gallardón ha triunfado en política por méritos propios. Que ha cultivado una imagen de moderado que le granjeara el reconocimiento y el voto de los ciudadanos, muchos de ellos de izquierda. Que ha trabajado al servicio de su Partido allá donde han querido ponerle aún a costa de perder puestos en el escalafón. Que ha soportado estoicamente el ataque de la caverna mediática que nunca le ha considerado uno de los suyos. Que no ha dudado en sacrificarse esperando agazapado el día de cobro. Y que ese día ha llegado. ¡Enhorabuena Alberto!, ya estás donde querías y ahora todos podremos ver tu verdadero talante, ¡que dios nos coja confesados!