Cuando tienes un hijo, tardas poco en comprobar cómo su capacidad para manipular tus sentimientos y llevarte al borde de la locura viene de serie. Apenas si tiene unas horas y su llanto es un sonido que perfora tu cerebro y te impide ignorarlo. No tiene nada de particular, es un mecanismo genético que la evolución les concede para evitar que los cachorros sean desamparados por sus progenitores. Estás programado para responder y ni la más férrea de las voluntades podrá evitarlo.
El problema viene cuando el crío va creciendo y aprende a utilizar ese mecanismo evolutivo como un arma de control parental. Todos hemos visto esas escenas en las que un niño que apenas levanta un palmo del suelo grita, patalea, deja de respirar y consigue que sus padres hagan cualquier cosa que se proponga.
Para los que estéis sumidos en esa pesadilla de vivir sometidos a un pequeño dictador os recomiendo visionar atentamente varios episodios de SuperNany y así comprenderéis dónde radica vuestro error y cuán fácilmente se arregla.
La primera regla es no premiar los malos comportamientos. Es vital darse cuenta que atendiendo aquellas conductas que pretendemos erradicar lo que hacemos es afianzarlas y por tanto enredarnos en un círculo vicioso del que es difícil zafarse.
Cuando digo no premiar significa no atenderlas de ninguna forma ya que para un crío la atención aunque sea en forma de gritos, azotes o castigos, también es una recompensa ya que capta por completo el tiempo de sus padres.
La segunda regla es premiar los buenos comportamientos. En ocasiones tenemos un hijo que se porta tan bien, que es educado, atento, estudioso, responsable… que se nos olvida que puede dejar de serlo y que si no reforzamos su autoestima, si no le demostramos de palabra y obra que lo que está haciendo es lo correcto y nos hace felices, podemos encontrarnos con que el hijo ejemplar se convierta en un diablo ante nuestros ojos, sin motivo aparente.
La mala aplicación de estas dos reglas, en el caso de tener más de un hijo, produce situaciones dantescas. Quién no conoce una casa donde uno de los hijos pasa desapercibido porque su comportamiento es socialmente impecable mientras sus padres vuelcan todas sus energías y emociones en otro de los hermanos que les hace la vida imposible.
Estamos hartos de ver familias en las que al hijo macarra, al que suspende todo, al que falta al respeto a sus padres, un día se le regala una moto porque ha aprobado raspando el curso mientras que a su hermano, el de las buenas notas siempre, el que nunca dice un taco, el que se esfuerza cada día, apenas se le felicita por sus buenos resultados –es lo normal en él-.
Es muy peligroso fomentar estos malos ejemplos porque el mensaje que recibe el hijo bueno es: si eres bueno “te dan por el culo”, en cambio si eres malo, con cualquier gesto serás tratado como el hijo pródigo.
Yo que soy padre de cuatro hijos, dos chicas y dos chicos siempre e tratado de educarlos a todos por igual y aún así los cuatro son diferentes. Esto me lleva a decir según mi experiencia que hay que potencial siempre la buena conducta de todos y a corregir la que sea merecedora de ello también todos y por supuesto lo mismo que premias con buenas palablas hay momentos en que un buen cachete es la unica solución y esto es asi pese a quien pese.