Clotilde se llamaba la mujer de Sorolla. Se conocieron cuando ella tenía 23 años y él 25 y ya nunca se separaron. Se casaron, tuvieron hijos y compartieron una vida entera amándose cuya felicidad puede apreciarse en las pinturas familiares del autor.
Hace falta ser muy hombre para pasarse toda tu existencia amando y respetando a la misma mujer, más aún en estas sociedades machistas que entienden que el hombre está dominado por sus instintos que le hacen desear tener relaciones sexuales con distintas mujeres y que eso, no solo es razonable porque su naturaleza le obliga, sino que es socialmente admirable.
No es raro ver grupos de hombres vanagloriándose de sus conquistas, riendo en comandita de que uno u otro de ellos, machos alfa de la manada, están engañando a sus esposas con alguna compañera de trabajo, de gimnasio, de partido…
Ya sabemos ese dicho tan manido de que si un hombre se acuesta con muchas mujeres es un machote, si una mujer se acuesta con muchos hombres es una puta. Luego la infidelidad masculina, amén de más extendida está socialmente bien vista o cuando menos tolerada.
En cambio yo creo que no hay nada de viril en ser incapaz de amar y respetar a una sola mujer. No hay nada noble en acumular conquistas carnales sin poner en juego el corazón. No veo el orgullo de seducir y engañar a cuantas más incautas mejor para luego acabar durmiendo solo sin el abrazo de un amor sincero.
Algunos dicen que no quieren poner en peligro su independencia. Que tienes respetar su espacio. Que amar y cuidar a alguien es una esclavitud. Y quizás tengan razón, no hay duda que es un gran esfuerzo ponerte en el lugar del otro. Anteponer sus necesidades a las tuyas mismas, su felicidad a la tuya.
No en vano en 2008 había tres divorcios por cada cuatro matrimonios. Solo un heroico 25% lo logra y yo les envidio, profundamente. Ver pasear por la calle a dos ancianos cogidos de la mano me hace sonreír. Contemplar con que cariño ella o él ayuda al otro a abrocharse el abrigo me reconcilia con el ser humano. Saber que nunca se han sentido ni sentirán solos salvo cuando el destino cruel decida llevarse a uno de ellos me devuelve la esperanza.
Ahora con la crisis, la tasa de divorcios ha bajado de ese 75% al 60% y me recuerda aquello que nos vendía la tele de Franco, contigo pan y cebolla. No es que hayamos dejado de ser egoístas es que no podemos pagarnos una vida sin la muleta de un segundo sueldo. Cuántas parejas comparten casa y miseria por no poder afrontar los gastos de dos vidas individuales y se mojan la frustración en el café del desayuno esperando que lleguen tiempos mejores.
Pero yo había empezado hablando de amor, de un amor tan grande que duró toda una vida, el de Sorolla por Clotilde y fijaros dónde he terminado, comentando la tasa de divorcios en España.
Pero no, no me resigno a terminar hablando de fracaso. Creo en el amor verdadero, en el para toda la vida, en el contigo siempre, aunque las más de las veces en lugar de toda una vida sea solo toda la parte de una vida…
Querida Martu, esas parejas existen, al menos son capaces de mantener esa actitud ante la vida. Y tienes razón cuando hablas de los «machitos» que alardean de sus conquistas.
Quienes hemos tenido la suerte de verlo en nuestros padres, podemos afirmar que aunque habia diferentes formas de ver la vida, luego existia una complicidad cercana que tapaba cualquier contratiempo, en mi casa la complicidad venia con la musica y el canto, ellos amaban la musica hasta el último momento, mi padre me conto que la ultima noche que paso con mi madre, cuando ella apenas abria los ojos, El acercandose a su oido le cantaba «Campanitas de la aldea», y a mi madre se le caian las lagrimas… Yo ahora lo recuerdo en las distancia y aunque mi madre fallecio en el 87 y mi padre vivio 20 años más, siempre que los recuerdo vienen a mi memoria esas canciones con sus sonrisas. Hoy en dia, yo se las canto a mi nieta cuando se queda en mi casa a dormir… Un abrazo y no dejes de escribir… no dejes de soñar.
dejes de escribir. Mayka
Me haces recordar mi abuelo, que en 60 años de matrimonio se levantó todas las mañanas a las seis de la mañana -era campesino- para echar de comer a los animales etc para volver sobre las ocho y prepararle el desayuno a mi abuela y subirselo a la cama y mientras ella desayunaba compartir un café con ella.
Pues cuando ingresaron a mi abuela en el hospital -mi abuelo ya estaba retirado- por un cáncer pues acudía cada mañana al hospital para compartir ese poco tiempo con el desayuno, comida o cena.
Mi abuela un día me contó que nunca se acordó de haber pasado un mal momento en soledad, y aún tumabada en cama cuando cogía la mano de mi abuelo se veía que, a pesar del cáncer, era feliz.
Si, el amor existe. Y yo he podido ser testigo de ello.