El momento del año por excelencia para armarse de buenos propósitos es Nochevieja. Todos hacemos nuestra lista de cosas que hacer a partir del día 1, bueno mejor el 2 cuando se nos pase la resaca del fiestorro.
¿Quién no se ha comprometido a dejar de fumar, empezar una dieta o ir al gimnasio mientras se atragantaba con la última de las uvas? ¿Quién no ha hecho una lista de cosas que jamás de los jamases volvería a hacer en el año que entra? ¿Quién no ha recibido el año nuevo cargado de los mejores pensamientos positivos? ¿Quién?
Pero, ¿alguno de vosotros ha cumplido con esos buenos propósitos? No me contestéis que ya os lo digo yo: no, nunca, jamás. Vamos, vamos, sed sinceros, lo del fumar dura tres días. Lo de ir al gimnasio, algunos ni lo llegan a pisar. La dieta se va al carajo justo con la comilona de Reyes si es que llegas que las sobras de la cena de Nochevieja son muchas y todas hipercalóricas…
No se en vuestro caso a que se debe esta falta de voluntad, esta debilidad de carácter, esta pereza del alma. En el mío es una mezcla entre indulgencia y hedonismo que me lleva a tratarme con mucho mimo y cariño, a hacerme la vida lo más fácil posible y sobre todo a perdonarme mis muchas miserias.
Reconozco que soy un saco de buenos propósitos casi diarios. Si un día me paso con alguna comida que no me sienta bien, juro y perjuro que no la volveré a catar, pero me dura lo que vuelvo a verla en la carta de algún restaurante y la pido a sabiendas de que pasaré una tarde toledana.
Si alguna semana tengo previstos festejos varios me prometo a mi misma que iré más al gimnasio y que compensaré no cenando nada más que un triste yogurt Vitalinea 0,0%, pero me dura lo que tarda en sonar el whatsapp y alguno de vosotros, gentuza inmunda, me invite a tomar algo aquí o allá, a ir algún evento del Partido que siempre acaba en cañas o me pide un rato de compañía. Adiós gimnasio, hola multi calorías.
Lo peor es que esto no es nuevo, es de toda la vida y me temo que con estas edades ya no voy a mejorar, sino todo lo contrario. ¿Cuántas veces en el pasado me he prometido a mí misma ignorar al malnacido del que un día tuve la desgracia de enamorarme y que me trata peor que a una mierda de perro? ¿Y cuántas le he perdonado y recibido nuevamente en mis brazos sin siquiera haber hecho un verdadero gesto de arrepentimiento?
Recuerdo cuando aún uno se relacionaba por SMS, ¿cuántas veces he jurado que ese iba a ser el último, que si no me contestaba le daría por muerto? ¿Y cuántas he mandado un último beso, un último te quiero, un último adiós, que nunca era el último, ni siquiera el penúltimo?
Los cementerios están llenos de buenos propósitos. Por eso, transcurrido el primer trimestre del año, hoy, 1 de abril, aquí, públicamente me hago el firme propósito de no volver a hacerme nunca, más buenos propósitos.
Tantos buenos propósitos para luego tener que dejarnos la vida tras una barricada. En ese último gozne del destino recordar las horas muertas en el gimnasio en vez de haber corrido sobre los campos en barbecho para fortalecer el espíritu y las piernas (indudablemente) debe ser la monda ¡médico, médico, un/a herid@!