A la mierda

Seguro que todos recordáis las imágenes de Fernando Fernán Gómez poco tiempo antes de morir, mayor, con cara de loco furibundo alzar su potente vozarrón gritándole a un periodista: “a la mierda, váyase usted, a la mierrrdddaaaa”.

Me encanta esa frase y además pronunciada como lo hizo él, cargado de razón, de rabia, llenándose la boca de mierda, recreándose en las consonantes, estirándolas, alargando la satisfacción de mandar a esparragar a quien se lo merece.

Muchas veces en los últimos tiempos se me ha quedado un “a la mierda” atravesado en la garganta, en el corazón y hasta en el alma y eso no es sano, ya os adelanto que cada vez que te guardas uno se te corrompe dentro emponzoñando tu espíritu.

Ayer, sin ir más lejos, cuando nuestra presidenta regional, Sita Esperanza Aguirre dijo en el Pleno de la Asamblea de Madrid que no se había subido el precio del billete de metro sino que se habían reducido los descuentos (el billete de 10 viajes, denominado metrobus, sube casi un 30%), me dieron ganas de gritarle: “váyase usted a la mierda, señora condesa”.

Aunque es más fácil que nos venga un “a la mierda” con los actos que este Gobierno de falaces está perpetrando en contra de todos los derechos adquiridos por los trabajadores, las mujeres, los homosexuales, los dependientes, los pensionistas, en una palabra los siempre discriminados y desfavorecidos por la derecha, también se nos puede quedar atravesado alguno dedicado a amigos, familiares, compañeros de partido, amantes y otras hierbas.

Cuando alguien que está mirando claramente por su interés te recrimina harto ofendido que tú defiendas el tuyo, que por otra parte debería ser interés común, en un claro gesto de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, no importa cuánto cariño le tengas, cuánto respeto, admiración o lealtad, si no le dices “a la mierda” se te queda enquistado como un cáncer en mitad de la conciencia.

Si por ejemplo, aquellos encargados de defenderte del enemigo, de repente se alían con él, por intereses empresariales, patronales o de clase y te aplican la reforma laboral sin recordar el tacto de la pancarta aún reciente en sus manos, es fácil que un “a la mierda” te suba desde las gónadas hasta la garganta, ahogándote si no lo gritas.

En el momento en que aprovechando que a perro flaco todos son pulgas, que dice el sabio refranero español, tu caja te cobra comisiones hasta por sacar del cajero el dinero que es tuyo y que tu les dejas manejar cada mes generosamente sin recibir nada a cambio por ello y cuando les preguntas a qué se debe ese morrazo que le echan te contestan que las órdenes vienen de arriba y que ellos nada pueden hacer. ¿De arriba? ¿De dios? ¿De Alá? ¿O de la Santa madre de todos los que ocupan puestos en los Consejos de Administración de las Cajas de Ahorros que están cobrando sueldos millonarios de mis impuestos? En ese momento has de gritar alto y claro: “a la mierda” Ya que no puedes llevarte tu dinero y tu hipoteca a otro banco, al menos te desahogas.

Podría rellenar cientos de líneas contando las veces que tendría que haber mandado a la mierda a más de uno y más de tres en lo que va de 2012. Sirva como ejemplo lo anterior y sirva también como terapia sanadora.

Pongo a cero el contador y aunque no lo sepáis, varios de los que leéis hoy este MartuBlog estáis recibiendo con él vuestra cuota parte de “a la mierda”. Me doy por satisfecha con que alguno se de por aludido y hasta me alegraré si otros se ponen un mérito que no les corresponde y se ofenden. Igual os lo merecéis y yo no lo recuerdo o no me he dado cuenta.