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El trono lo quiero para posarme sobre él y satisfacer mis deseos, los más sublimes y los más perversos; en cambio a María la quiero para… ¡caramba, qué coincidencia!
Esta mañana que venía sin ganas de escribir pero con la conciencia culpable de llevar ya un par de días sin hacerlo –malditas obligaciones autoimpuestas- he recibido esta frase de un #espartano y con la risa flotando en los labios me he vuelto a enfrentar al abismo del folio en blanco –hoy hoja de Word, pero igualmente blanca.-
Su enunciado ha emborronado las primeras líneas de esta entrada y con el mancillamiento de su blancura sigo divagando sobre la necesidad y oportunidad de seguir escribiendo o abortar este conato de no se muy bien qué. Gana la tecla y el haber usado ya un cuarto del espacio vacio.
La broma inicial me ha recordado aquello que ya os conté por aquí sobre un antiguo amigo que me explicaba que solo hay tres razones para estar en política: el dinero, el poder y la gloria. A lo que aclaraba que su razón de dedicarse a la política era la gloria. Mejorar la vida de sus vecinos, de su ciudad y hacer con esto que su nombre se asociara para siempre con su legado.
Dejando aparte la generosidad con la que mi antiguo amigo hace examen de conciencia que le lleva a ser harto indulgente con su persona. La caridad bien entendida empieza por uno mismo y si no te quieres tu, quién te va a querer, me planto en mitad de esta errática entrada discurriendo sobre el poder y la gloria, ahí es nada.
El poder y la gloria, no hay uno sin la otra me atrevo a aventurar porque cualquier clase de hecho glorioso que te haga acreedor de la admiración o la envidia de la concurrencia trae consigo poder, aunque solo sea el poder de influir sobre los sentimientos de los otros.
Del mismo modo ser poseedor de un gran poder, sin duda alguna te llevará a la gloria. La historia la escriben los vencedores, los poderosos, los que borran de la faz de la tierra no solo a sus enemigos, sino el recuerdo de que los mimos un día tuvieron la osadía de enfrentarlos. Los que dejan sus nombres escritos con tinta indeleble en la memoria colectiva.
¿El Trono o María? El uno te da poder y gloria, la otra calienta tu corazón en las largas noches de invierno. Dos tercios de entrada y me encuentro nuevamente en el punto de partida y como el Rey Enamorado de Les Luthiers no se si decirme a hablar de política o de amor.
Es lunes, la prima de riesgo en los 500 puntos básicos, Bankia se va a llevar el río de los caudales públicos condenándonos a otro Fatal Friday de recortes miserables, miles de niños son asesinados en Siria por la codicia de sus mayores, millones de niños mueren de hambre en el cuerno de África sin que el supuesto primer mundo se pare más de treinta segundos de un corte en el telediario a mirarlos, en Grecia empieza a darse el drama de niños que se desmayan en sus colegios por falta de alimentación, en España los Servicios Sociales han detectado demasiados casos en los que la única comida del día que hacen los críos es en el colegio…
Decididamente y ante la crueldad que nos rodea, mejor hablar de amor que de política, entre el trono o María, elegir siempre a esta última y esconder la cabeza entre sus pechos y sentir que no hay mejor lugar en el mundo donde encontrar la gloria.
Hay que escribir, siempre, y seguir viajando sin descanso por la música más digna de los párrafos. Y escribir para dar fe que aún seguimos vivos, dando cuenta de casi todo lo que acaece a nuestro alrededor. Pero, sobre todo, traer a colación la cara más injusta de la realidad, como el hambre obscena y mundial que no somos capaces de rescatar, porque siempre estamos a otras cosas; o las ansias vivas de poder, por entre las cuales discurre un radical egoísmo que juega siempre en nuestra contra. Escribir desde las barricadas de la honradez y la pedagogía cívica; en legítima defensa, dejando que la prosa más desnuda sea capaz de tatuar otros corazones.