Desde la publicación de la Sentencia de «La Manada», que muchas han interpretado como un ataque a todas las mujeres, algo que no comparto como podréis leer aquí, se ha lanzado un hashtag en Twitter #cuéntalo, donde miles de mujeres están contando tremendas experiencias de abusos, tocamientos, acoso o sexo no consentido con hombres de su entorno (padres, hermanos, tíos) o con desconocidos, que me han hecho reflexionar.
En mi infancia, mi padre, que bebía más de la cuenta, nos educó en la antigua creencia de que la letra con sangre entra, por lo que era fácil ganarse un capón o una bofetada si no cumplías las estrictas reglas de comportamiento que fijaba, pero eso era todo lo malo que podía pasarte. Jamás algo inapropiado respecto de nuestra sexualidad. Ni él, ni ningún otro hombre de nuestra familia se propasó lo más mínimo conmigo como parece que le ha sucedido a tanta gente.
De niña, en el parque, alguna vez me escondí detrás de un árbol con otro niño de mi edad para «si tu me enseñas yo te enseño», no había más que mutua curiosidad por lo del otro, que en los años 70 en las casas no se hablaba de sexo con los niños, las películas que tenían dos rombos estaban completamente vetadas y no había libros de educación sexual con bonitos dibujos que explicaran las cosas. Lo que no averiguabas tu por tu cuenta, te quedabas sin saberlo.
En el cole y, hasta en el instituto, como era bastante chicazo, poco femenina, pelo corto, vaqueros, zapatillas de deporte, uñas comidas y cero maquillaje, pues no es que me hiciera mucho caso el sexo opuesto, ni mis compañeros de estudios, ni los adultos por la calle. No recuerdo ni siquiera piropos a gritos de albañiles, mucho menos tocamientos desagrables en el transporte público o cosas peores que muchas denuncian. Lo peor que pasaba en el Ramiro es que llegaran los Skinheads a pegarse con los punkies y había que procurar no estar en el medio.
En la Universidad, ya en Barcelona, estudiaba en el turno de tarde, donde íbamos los que currábamos y teníamos poco tiempo libre. Allí había pocas ganas de cachondeo, nada de pellas, cañas en el bar de la facu, tardes de sol en el cesped… El poco rato que podías ir a clase, ibas a clase, tomabas apuntes, cambiabas apuntes con quienes podían asistir más horas que tu y eso era todo. La única mala experiencia que tuve fue caminando hacia el metro a última hora, con unos ultras del Español que me pareció que me miraban mal y hacían algún comentario, pero salí corriendo como un gamo, salté los tornos del metro y llegue al andén tan rápido que no sé qué pasó con ellos.
En los trabajos siempre he tenido compañeros majos, menos majos, amables, menos amables, pero ningún acosador. He tenido jefes y jefas, nada destacable en este aspecto. Y en el PSOE, tres cuartos de lo mismo. Alguna vez me han invitado a comer, compañeros o periodistas, no creo que fuera con la intención de tener algo conmigo, pero como siempre he dejado claro cuando tenía interés y cuando no lo tenía, no me he sentido nunca incómoda porque las cosas fueran más allá de las líneas que yo ponía.
Recuerdo una vez, con un compañero de máster, luego buen amigo, que quedamos varias veces porque él estaba divorciado con un crío pequeño y yo divorciada con una cría pequeña, pero el primer día le dejé claro que no era más que amistad, textualmente le dije «no me gustas, aunque fueras el último tío del mundo, no me acostaría contigo» y así fue, aunque según me contó su compañero de piso, años después, llegó a casa esa noche y le contó que me tenía en el bote…
Quizás lo que más me ha incomodado es ya teniendo mi hija quince o dieciséis años, que le gritaran algún piropo o que le miraran el escote cuando íbamos andando por la calle. Un día desde una furgoneta nos gritaron «tías buenas» y mi hija se volvió hacia a mí y dijo: «¿tiaS buenaS?» Y yo me reí: «joder que soy tu madre pero aún estoy de buen ver…» No le ofendió el piropo sino que me incluyeran a mí en él. En la mente de un hijo, una madre no es una mujer, solo es SU madre.
En los últimos tiempos, suelo ir al gimnasio en pantalón corto, sea invierno o verano, está muy cerca de casa y así me evito de la pereza de tener que llevar una bolsa de deporte, el candado para la taquilla del vestuario y la pérdida de tiempo de cambiarme allí. Muchos días, me cruzaba con un octogenario sentado en un banco al sol que me decía algo sobre mis piernas, sobre que iba a coger frío… Al final consiguió que fuera por la acera de la sombra, aunque pasara un poco de frío con tal de no oírle.
No puedo decir que en mis 46 años de vida haya tenido desagradables experiencias con el sexo opuesto que me hayan marcado, los hombres de mi vida me han dado y me han quitado tanto como yo a ellos. No puedo contar que el patriarcado me ha oprimido, vejado o pisoteado porque he podido desarrollarme profesionalmente igual que mis compañeros masculinos y sin tener que sortear muchos más obstáculos que ellos.
Eso no significa que no crea que la sociedad española es todavía machista, que sufre la lacra de la violencia de género que está suponiendo la muerte de cientos de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas y que requiere una actuación inmediata de las Administraciones Públicas. Creo que hay discriminaciones insoportables, sobre todo para que las mujeres alcancemos cotas de poder, que si en una familia hay hijos o mayores dependientes, somos mayoritariamente las mujeres quienes nos hacemos cargo de ellos y que lo tenemos más difícil para lograr las mismas cosas que los hombres, pero también creo que vamos avanzando hacia la verdadera igualdad, con normas de discriminación positiva, con obligaciones de cuotas, con educación en las escuelas, con campañas televisivas y que, por tanto, al final lo vamos a lograr, si no perdemos el objetivo final, vivir en una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales.