Canal RSS

Se puede, Arturo, pero no es fácil.

Publicado en

Acabo de leer lo último que ha escrito Arturo Pérez Reverte, NO PASA NADA, SE PUEDE, porque lo había retuiteado mi amiga Elena Valenciano con la apostilla «Se puede, pero también se debe ayudar a todas las Asun que existen y tan cerca!» y no puedo menos que estar de acuerdo con ella.

Al leer el escrito de Pérez Reverte, que es optimista y bien intencionado, podrías tener la sensación de que lo que hizo Asun, tiene su mérito, pero tampoco tanto. Como él lo cuenta, con su prosa ágil y un cierto desapego, podría parecer que todo es ponerse, coger la maleta y a tus niños de la mano y empezar una nueva vida como por arte de magia y no, nada más lejos de la realidad.

Con permiso de mi madre (permiso que me arrogo porque no se lo he pedido) os contaré una anécdota de mi infancia, la meno aterradora, para que comprendáis porqué lo de Asun es una heroicidad, máxime si sucedió, como parece desprenderse del relato en los 70/80, recién momificado Paco. En esa España tan moderna de la movida y tan antigua del divorcio culpable, el delito de adulterio y las mujeres en la cocina.

Mi padre bebía, se lo bebía todo y cuando llegaba a cierto límite de alcohol en vena, tenía las manos muy largas. No es que nos tundiera a palos, no, era quizás peor, porque lo que nos imponía era un régimen de terror psicológico en el que en algún momento acabarías cobrando. Siempre había algo que no harías bien, una mala contestación (o mirada), un juguete desordenado, una mala postura en la mesa… Y por tanto, durante horas, anticipabas el momento en que recibirías el golpe, que casi era liberador, porque duele menos una bofetada que la continua tensión de no hacerte meritorio de ella.

En mi casa, mi padre salía por la tarde a tomar algo y mi madre, mi hermana y yo pasábamos la tarde tranquilas, contentas, quizás viendo la tele hasta que sonaba la puerta de la calle y todo era silencio y miradas de reojo ¿cómo vendría hoy? si venía nublado la noche sería larga. Cuando tienes un padre como el mío desarrollas un especial sentido «arácnido» el de interpretar caras porque de ello depende tu vida, o al menos así lo sentía yo, que nos la jugábamos a diario, a eso de las ocho.

Una de esas noches que mi padre volvió nublado de la bodega entró en el salón y mi madre y yo estábamos viendo no sé qué en la tele supimos de inmediato que la noche sería larga. Sin mediar palabra cambió el canal de la tele ( de la primera al UHF, imagino, porque no había más) y, en un gesto sin precedentes, mi madre se levantó y volvió a poner lo que estábamos viendo. Ahí yo tuve claro que íbamos a cobrar todas pero lejos de sentir miedo una suerte de valor, orgullo, temeridad me hizo mirar a mi madre como a «cat woman».

Él se quedó tan desconcertado como yo, de hecho juraría que le vi sonreír, como un gato que juega con un ratón antes de comérselo, volvió a cambiar de canal. Mi madre se levantó otra vez del sofá (entonces no había mandos de la tele, total para cambiar de un canal a otro y subir o bajar el volumen ya estábamos los hijos pequeños) y volvió a poner el canal que estábamos viendo. Esto ya pasaba de castaño oscuro, jamás se vio tamaño desafío en casa de los Garrote Cerrato.

Mi padre repitió el gesto una vez más y mi madre se levantó del sofá, nos miró a mi hermana y a mí que conteníamos la respiración aterradas y dijo «nos vamos» y así, en pijama, con el abrigo porque era invierno en Madrid, de noche, sin cenar, sin dinero y sin un plan, salimos por la puerta las tres, cargadas de dignidad y, al menos yo, sintiéndome como un ninja.

En el portal, ante la noche oscura le dije a mi madre «ha estado genial pero ¿ahora qué? Pasamos la noche en casa de una amiga de ella que vivía cerca, una noche de ojos brillantes de emoción, de aventura y de insensatez porque a la mañana siguiente volvimos a la realidad de nuestra casita de los horrores y tuvieron que pasar muchos años más para que definitivamente mi madre pudiera liberarse del monstruo con el que se había casado siendo tan joven e inexperta y con el que había tenido dos hijas.

Las familias no querían ver o no querían entrometerse, la sociedad no quería oír hablar de lo que debía circunscribirse al ámbito «doméstico» y las mujeres como mi madre habían sido educadas en el contigo pan y cebolla y hay que aguantar por el bien de los hijos y porque todos los hombres tienen sus cosas… Nosotras tuvimos la suerte de salir, otras han terminado muertas al tratar de huir o han seguido en el infierno hasta el final de sus días.

¡Educad a vuestras hijas para que no consientan nunca un golpe, ni un insulto, ni un grito! ¡Educad a vuestros hijos para que jamás propinen un golpe, ni profieran un insulto, ni den un grito! Quizás así, lo de Asun y lo de mi madre, deje de ser una heroicidad y pase a ser algo del pasado ominoso.

PD: Edito porque me ha recordado mi madre en Twitter (sí, es muy moderna) esto: «Se te ha olvidado contar que fuimos a una comisaría y allí no nos hicieron ni caso y me recomendaron volver a casa porque me podía denunciar tu padre por abandono del domicilio y llevarme a las niñas».

Acerca de martuniki

Progresista, celíaca, menopaúsica, "jarta" de la política actual.

Un comentario »

  1. Ana Garrote

    Hoy recordaba yo esa noche hermana, no con tantos detalles pero si el momento de comisaria

    Responder

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: