
Quédate en casa, nos dicen, quédate en casa y serás un héroe. Quédate en casa y ayudas a la Sanidad. Quédate en casa y proteges a los más débiles. Quédate en casa. Pues yo estoy hasta el moño del confitamiento, de verdad, que no soporto más esta agonía, aunque no me quedará otra que soportarla, como poco, hasta el 26 de abril.
Ya sé que hoy, lo políticamente correcto es subir vídeos súper positivos, cargados de niños felices de estar encerrados, gentes que hacen deportes en entornos imposibles, cantes en los balcones, fiestas de disfraces, bodas virtuales, procesiones simuladas y todas esas cosas que nos llegan por tierra, mar y aire, es decir, Whatsapp, Twitter y Facebook.
Pero lo cierto es que, tres adultos y un gato, ya entrados en años y manías, encerrados casi un mes (y lo que te rondaré morena) en un bajo, sin terraza ni patio, de apenas 60 metros cuadrados y con un solo televisor, no se lo deseo ni a Pedro Sánchez. Odio con todo mi cuerpo Amar es para Siempre, Puente Viejo, Acacias, Viva la vida, Socialité y demás atrocidades que me pone mi abuela ¿y dónde te escondes si mi marido se hace fuerte en el baño?
Otra cosa son las llamadas de vídeo de Whatsapp a tres, a cuatro o a lo que haga falta, con un montón de jubilados tratando de hablar todos a la vez, ríete tú de los debates de la tele. Y ese don de la oportunidad, que estás tu, qué se yo, cagando, jugando al Candy Crush o pensando en tus cosas y ring, tu tío a traición, metiendo a media familia en el salón de tu casa.
Por no hablar de que tenemos la casa como los chorros del oro. Qué afición a la mopa, lo debe dar el aburrimiento. En su vida ha estado el baño de mi casa tan reluciente, que entras y huele a hospital, de puro limpio y desinfectado. La aspiradora sale más por casa que Bale al campo del Bernabeu y hemos cocinado todo lo imaginable y lo no imaginable.
Que es Semana Santa y ni una triste procesión, cosa preciosa, con sus tambores y sus trompetas y esos cirios y esos capirotes y esa emoción. Y esas playas desiertas, tristes, solas, abandonadas y esos fondos del mar llenos de peces para ver, que nadie baja a visitar. Y esos pueblos sin gente y esas gentes sin pueblos, sin comer torrijas, ni bollas, ni hornazos, ni empanadillas.
No hay nada heroico en quedarse en casa, los héroes llevan batas verdes, trajes de protección hechos con hules o bolsas de plástico, mascarillas caseras y pantallas de protección con blisters y cordones de zapato. Ellos sí que están dando la batalla, en una Sanidad desmantelada sistemáticamente durante años para enriquecer a los amigotes de los que nos desgobernaban y así asegurarse un puesto al abandonar la política, a la que solo vinieron por la pasta. Ellos sí podrán contarles a sus nietos que se jugaron la vida por todos, pero nosotros, nosotros nos pegamos dos meses en pijama, soñando con salir a la calle, con volver a los bares, con perder de vista, un ratito, a nuestros seres queridos.
Y aún así, yo me quedo en casa, y tú, quédate en casa, aunque sea un asco, aunque estés harto, aunque te parezca estar perdiendo la vida y la salud mental, te tienes que quedar en casa, por lo menos hasta el 26 de abril. Os acompaño en el sentimiento.
Me encanta tu artículo. Para paliar en lo posible este Domingo de Ramos desnaturalizado te mando una procesión de Sevilla, con sus capirotes, sus tambores, menos torrijas…
Me encanta tu foto.