
Desde que hace dos meses se decretó el Estado de Alarma, los ciudadanos españoles vivimos sumidos en una suerte de arbitrariedad legal que hace difícil el cumplimiento de las normas y que vaticina una cascada de líos legales cuando se materialicen las actuales propuestas de sanción emitidas por los distintos cuerpos policiales al amparo del marco legal fijado por el Gobierno más que prolíficamente.
No solo es que la precipitación en la elaboración de Decretos haga que su técnica legislativa sea harto básica y descuidada, es que están trufadas de un gran surtido de criterios jurídicos indeterminados (los mayores enemigos de la Justicia) y cuya interpretación se deja al albur del funcionario que los llevan a la práctica.
Os contaré un ejemplo en primera persona, que os permitirá comprender que, ni para alguien con conocimientos jurídicos, es fácil saber qué se puede o no hacer en según qué circunstancias:
Esta semana hemos conseguido que mi madre vuelva, con quince días de retraso, a Madrid desde Tenerife, donde la pilló el confinamiento. Lo hemos logrado tras un intento fallido que la dejó en la puerta de embarque del avión por ser residente canaria, una importante discusión con Iberia en la que se explicaba que el viaje a Madrid era por fuerza mayor (cuidar de mi abuela) y que era urgente porque yo (que soy la que se ha estado haciendo cargo de ella) me reincorporo al trabajo la semana que viene.
Una vez mi madre en Madrid, quedaba la segunda fase de la operación «el retorno de la abuela» y era que yo la llevara de Coslada a Madrid. Elegí el sábado a media mañana porque me parecía que era menos sospechoso de viaje de huida de fin de semana, caso de ser interceptada en un control. Así que abuela, maleta, compra para una semana, mascarillas y yo, salimos destino la Prospe, sin apenas compañía por la carretera.
A la altura de la salida de Arturo Soria, y con dirección Guadalajara, nos encontramos con un control de la Policía Municipal que provocaba un largo atasco. No era en nuestro sentido por lo que seguí hasta casa de mi madre, sin novedad en el frente, dejé a mi abuela a salvo y me dispuse a volver a casa, pero, ¿qué iba a explicar a los guardias a la vuelta?
Caso de pararme a la ida podía enseñarles a la propia abuela montada en el coche con su mascarilla y de pasajero en diagonal con la conductora, sus papeles médicos, su cartilla de desplazada en Madrid y mis papeles del trabajo. La historia es más que razonable: es muy peligroso para ella que yo vaya cada día a trabajar a una clínica dental, donde aun con las medidas de seguridad, se genera un atmósfera sucia, y luego vuelva a casa con mi abuela de 92 años. Es mucho más seguro que esté con mi madre, jubilada, que por otra parte es donde pasa cada año, de diciembre a mayo.
Algo más complicado de explicar sería a la vuelta, yo sola en el coche, solo podría enseñar fotos en el móvil del DNI y la Tarjeta Sanitaria de mi abuela y una larga historia que explicar en un control en la A2 que ya provocaba un kilómetro de atasco. Vi pasar la historia de mi vida ante mis ojos y estuve un buen rato decidiendo qué hacer.
Tenía una razón justificada para haberme desplazado, no estaba de paseo por gusto, no me había desviado un milímetro de la ruta y apenas había tardado media hora en hacerlo pero ¿y si me tocaba un guardia con exceso de celo como la señorita de Iberia que dejó en tierra a mi madre? Solución, puse el Waze y busqué una ruta alternativa sin control policial.
Me fui por la M30 hasta O’donell, cogí la M23 y entré en Coslada desde la M40, apenas unos kilómetros y 5 minutos de desvío y llegué a casa esquivando un control, como si fuera una delincuente, como si tuviera algo que ocultar. ¿Por qué? porque vivimos en un Estado de Alarma en el que nadie tiene muy claro qué se puede hacer, cómo, dónde, durante cuánto tiempo, bajo qué circunstancias, con qué tipo de documentación justificativa.
Ahora, con la desescalada por fases, territorios, distritos sanitarios y excepciones interesadas, el desconcierto es aun mayor. Si algo invita a saltarse las normas es que estas no sean claras, que generen injustas diferencias entre situaciones aparentemente iguales y que permitan que unos, puedan más que otros.
Cuando se acabe esta locura, se podrán escribir manuales de derecho con todas las cosas que se han hecho mal, desde el punto de vista normativo y de la seguridad jurídica, que serán muy didácticos.