Hago esta aclaración previa porque todo lo que escriba a continuación estará condicionado por ese arbitrario hecho, el haber nacido en el 72 y no en otro momento de nuestra historia reciente.
El primer recuerdo que tengo de Adolfo Suárez es oír a mi abuela decir que le votaba porque era un hombre muy guapo y elegante, mientras mi abuelo afirmaba que votaba a Alianza Popular porque era un hombre de orden y los otros partidos no le parecían cosa seria. Es un recuerdo vago, difuminado por el paso de los muchos años.
Apenas recuerdo su papel en el 23F, de aquel día recuerdo el miedo en mis abuelos, la preocupación en mis padres, la noche pegados a la radio y la mañana de alegría al saber que la intentona golpista había fracasado, porque hasta yo, con mis 9 años, era consciente de que la democracia era algo joven, precioso y delicado que había que defender con uñas y dientes porque había costado muchos años de sufrimiento y muchas concesiones conseguirla.
Sí recuerdo la victoria de los socialistas en el 82, con un jovencísimo Felipe González a la cabeza, la euforia de mis padres, votantes del PSOE y la desaparición de Suarez de la vida política de primera línea que había ocupado en los primeros años de la democracia.
A partir de aquí terminan los recuerdos vividos y comienzan los recuerdos aprendidos. Como todo español menor de 50 años, he leído en prensa, estudiado en el colegio, visto por la televisión y escuchado en todas partes ensalzar la figura de Adolfo Suárez como hombre importantísimo de la Transición, clave para desmantelar el Régimen dictatorial de Franco, en el que había participado en todos sus niveles y ayudar al advenimiento de la democracia.
Yo, que nací en el 72 y no padezco el síndrome de Estocolmo que caracteriza a los políticos y periodistas de cierta edad con la Transición, creo que sí, que Adolfo Suárez fue pieza importante en pilotar el cambio del franquismo a la monarquía parlamentaria sin pegar un solo tiro, pero sin la generosidad de millones de españoles que decidieron renunciar a hacer Justicia, a juzgar y condenar los crímenes del Franquismo, que aceptaron una Ley de Amnistía que hacía borrón y cuenta nueva con las atrocidades cometidas durante la Guerra y en los larguísimos 40 años de dictadura, ese cambio jamás se hubiese producido.
Y sí, Suárez fue muy habilidoso al negociar con todos los que en aquel momento podían haber dificultado la llegada de la democracia y de conseguir de ellos que renunciaran a una parte de sus pretensiones, y así legalizó el Partido Comunista en contra de lo que opinaba una parte importante del ejército, pero asentó la monarquía como modelo indiscutible de Jefatura del Estado en contra de lo que opinaba una parte importante de los españoles que siempre fueron republicanos. Pero no lo hizo solo, lo hizo rodeado de un importante número de prohombres de toda ideología y condición, de ahí la solidez de lo construido.
Lo que sí me gustaría reconocerle y agradecerle fue la discreción con que vivió al dejar de ser presidente. Una vez abandonada la primera línea política no se dedicó a escribir libros de auto justificación o ajuste de cuentas como han hecho otros políticos, ni fue por el mundo dando infumables conferencias como ha hecho algún que otro ex presidente, ni nos dio consejos desde su cómoda posición con el lomo blindado algo a lo que algunos son muy aficionados, ni nos trató con suficiencia por haber sido el constructor de la democracia y no unos simples mortales como nosotros, como han pretendido otros que tuvieron mucho menor papel en ella. Y aunque es verdad que la atroz enfermedad que padeció en sus últimos años le condenó a su propio olvido, lo cierto es que antes mantuvo una elegancia y un saber estar en la derrota que le honrará siempre.
¡Descanse en paz el Presidente Adolfo Suárez!
PD Complemento de esta entrada he escrito en Publicoscopia un artículo EL ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN