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¡Qué solos se quedan los muertos, o no!

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¡Qué solos se quedan los muertos, o no!

NOTA PREVIA. He dudado mucho sobre escribir o no esta entrada, ya que la muerte, la vida después de la muerte, el alma, etc, son temas delicados de tratar pues afectan a lo más profundo y arraigado de las creencias de cada cual, territorio oscuro y lleno de trampas, pero llevo tiempo con ganas de compartir con vosotros algunas reflexiones y este es tan buen momento como otro cualquiera. Adelanto que lo hago desde un profundo, meditado y convencido ateísmo, no creo en dios, en ningún dios, no creo en la existencia del alma, ni del paraíso ni del infierno, no creo en que haya vida más allá del día que cierras el ojo, como dice mi abuela.

Antes, la gente moría en casa, en la nuestra del pueblo han fallecido mi madrina, mi abuelo Fito y mi tío Felix teniendo yo uso de razón. Todos ellos en su cama, rodeados de los suyos, fundamentalmente mi abuela Fita, que ha visto morir a muchos más familiares en casa y que siempre nos anunció que se acercaba el momento justo cuando parecía que experimentaban una clara mejoría. Siempre se ponen bien justo antes de morirse, nos avisaba, y no erraba. Esto es algo que mi pequeña enfermera me ha confirmado por su experiencia laboral en residencias de ancianos.

En muchos de estos casos, estando en las puertas de la muerte, nos decían que había venido su madre a buscarles, o como en el caso del primo Quico, que murió después de mi abuelo (su primo Antonio), que le dijo a su mujer, mira, ha venido mi primo Antonio a buscarme, me voy con él. Esto es algo que mi pequeña enfermera también me cuenta, con un poco de miedo razonable y un mucho de curiosidad científica.

Una de sus abuelas, que llevaba tiempo demenciada, le dijo a la auxiliar, momentos antes de morir: «todas esta gente que está aquí o se sienta o se va» y estaban ambas solas en la habitación. Otro de sus abuelos le dijo a la hija, «ha venido mi madre a buscarme» y esa tarde se murió. Y ayer mismo, otra abuelilla, que estaba algo malita le dijo, «mira, ha venido mi madre» y mi pequeña enfermera recorrió toda la habitación gritando «que no, fulanita, mira, aquí no hay nadie, no hay nadie sentado en la silla, no hay nadie de pie, aquí no ha venido nadie» porque no quería que se le muriera la mujer después de haber superado el coronavirus.

Hablando de estos temas ella sostiene que no le parece mal del todo que el día que ella se vaya a morir vengamos nosotros a buscarla (da por sentado que yo palmaré antes que ella, por razón de edad). Y me resulta curioso porque yo, que he sido criada en el cristianismo, bautizo, comunión y catequesis mediante, no creo en nada y ella, criada en la absoluta asepsia en lo referente a religión, se plantea que es posible los tuyos vengan a buscarte el día que te mueres y además le parece una idea agradable.

Siguiendo con nuestras reflexiones, pensad que no la veo hace dos meses pero hablamos a diario cuando sale de trabajar, en parte para que le entretengamos el trayecto en coche, en parte para exhortizar los demonios de tanto dolor y muerte con los que le toca lidiar a diario. A ambas nos parece curioso que en la mayoría de los casos sea la madre la que viene a buscar al que está a punto de morir. Y es que, como una madre no hay nada.

Si yo creyera en que había vida después de la muerte, que el alma se va a algún sitio donde te esperan los tuyos, es más, que alguno de ellos viene a acompañarte en ese viaje, supongo que me sentiría reconfortada, que la muerte me parecería menos terrible. Sobre todo en estos tiempos de coronavirus donde tantos seres humanos están muriendo solos. Sería un consuelo, aunque pequeño, pensar que en esos últimos momentos alguien a quien querían mucho estaba con ellos, aunque fuera en espíritu y que no sintieron tanto miedo sino la alegría de estar otra vez en su compañía. Si yo lo creyera.