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LOCA DE AMOR

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NOTA DE LA AUTORA: los que no creáis en el amor, los que jamás os hayáis enamorado, los que no habéis perdido nunca la cabeza, y el corazón, y la dignidad, y las formas, y las maneras, por amor, no os molestéis en seguir leyendo porque no vais a entender nada.

Samsung 734Lo que me ha inspirado esta entrada tan políticamente incorrecta, ya os lo adelanto, ha sido la lectura de la filtración que algún indeseable ha hecho a los medios de la declaración a la policía de los vecinos de Juan Fernando López Aguilar y su ex mujer Natacha, en la que queda claro que ella ha perdido la cordura por amor, o más bien, por desamor, que es un sentimiento aún más poderoso que su contrario. No entro a valorar si ha habido maltrato o no, que de eso se encargará la Justicia, en la que yo, aún creo y entonces podremos opinar largo y tendido, me limito a empatizar con un sentimiento que conozco bien.

Hablo de la absoluta desolación, la total devastación, la completa aniquilación del corazón que se siente cuando se pierde un amor que lo ha ocupado todo, que se ha extendido como un cáncer poderoso y maligno en una metástasis que anula el yo para dejarnos convertidos en el otro, el objeto de nuestro deseo, de nuestros sueños, de nuestros desvelos, de nuestra vida y que al perderlo nos arroja a un abismo oscuro y hondo del que parece imposible salir ileso.

De antemano os digo que se sale, que hasta los espíritus románticos y enamoradizos como el mío, un poco tendentes a la autocompasión y muy aficionados al drama, acaban aburriéndose de revolcarse en el dolor, de hurgar en la herida durante incontables horas de canciones tristes y de complacerse en la rememoración de los momentos felices que se nos han arrancado sin piedad de las entrañas y encuentran de nuevo la alegría de vivir.

Pero permitidme que me demore unas líneas en ese tiempo en que una, loca de amor, tras haber sentido la herida de un “ya no te quiero” o el infierno de un “no te engaño, quiero a otra” pasa por todas las fases del éxtasis, como Santa Tere y vive sin vivir en una, llora un mar de lágrimas y muere porque no muere. No hay dolor como esa gloria de estar queriendo sin ser correspondida, absurdo, pero sublime, patético, pero hermoso, inútil, pero tan humano que me aterra aquellos que jamás se han sentido así.

De ahí se sale, ya lo he dicho antes, pero hay diversas maneras de salir, todas ellas eficaces y que van, como casi todo, a gusto del sufriente. Mi favorita es “la mancha de mora verde con otra negra se quita” o su versión más ferretera, “un clavo saca otro clavo” y es que no hay mejor manera de olvidarse de un amor que con otro aún más grande y si es posible, que se lo monte mejor en la cama y que nos haga sentir como la Zarina de todas las Rusias.

Otra que tampoco me disgusta es la salida tipo Kill Bill, con una buena venganza, incruenta, eso sí, que no quiero que me venga a visitar la policía por hacer apología de violencia alguna. De eso la copla sabe mucho, como cantaba Rocío debajo de un limonero “hoy lo he visto llorando a mi vera por un desengaño lo mismo que yo”, “que otra hembra lo traiciona como a mí me traicionó”. ¡Ea, qué importa que sea otra el brazo ejecutor de nuestra ansiada revancha, si lo importante es cobrar!

Aunque para ser sinceros, lo más habitual es que el desamor se consuma y desaparezca sin dejar rastro como antes lo hizo el amor “que aquel amor que me abrazaba ya no quema solo escuece” y que sea el mero paso del tiempo el que cure las heridas, pero para ello es condición indispensable dejar de tocarlas. Nada de segundas, terceras, cuartas, quintas oportunidades, nada de un WhatsApp así como sin importancia, nada de un café por los viejos tiempos, no se toca, caca.

Se sale, pero ¡cómo duele mientras se sale!