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¡Adiós, querido Alfredo, que la tierra de sea leve!

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He tardado unos días en escribir esta carta de despedida a Alfredo Pérez Rubalcaba, en parte porque lo estaban haciendo aquellos que compartieron más que yo con él, que para mí fue mucho, pero que sin duda fue apenas nada, comparado con ellos. En parte porque la sorpresa, la pena, la rabia, no es buena consejera frente a la pantalla en blanco.

Conocí a Rubalcaba cuando era Secretario de Estado de Educación, allá por el año 87 y yo apenas una quinceañera en el Sindicato de Estudiantes que paralizó Madrid con una huelga de meses, en defensa de la gratuidad del bachillerato, de la mejora de la calidad de la Enseñanza Pública… De aquello solo recuerdo que nos toreó y consiguió que desconvocáramos la huelga a cambio de quincalla, baratijas, abalorios. Mi madre que estaba en la Federación de Enseñanza de UGT se reía cuando se lo contaba, si nos convence a los maestros, cómo no va a hacerlo con vosotros que aún sois estudiantes.

Lo cierto es que en política, en el PSOE, siempre estuvimos en «familias» distintas. Yo formaba parte de los Guerristas y él fue peso pesado de los Renovadores. Yo era Tomasista y él Simanquista. Yo apoyé a Chacón aunque nunca fui chaconista practicante, frente al propio Rubalcaba. Yo apoyaba a Carmona y él a su amigo/hermano Jaime Lissavetzky. De hecho, desde 2010 más bien fuimos enemigos íntimos porque Tomás y Alfredo no se podían ni ver y yo defendía al primero frente al segundo, Oscar López, Elena Valenciano…

Gracias a esa crítica feroz en las redes sociales, no de él, pero sí de lo que quería para el PSOE, es que acabamos haciéndonos amigos. Allá por el 2011 o 2012, tanto Óscar como Elena me invitaron varias veces a Ferraz, el primero para debatir conmigo largo y tendido sobre mis propuestas de democratización del PSOE y la segunda para tratar de convencernos (a lo que ella llamaba el tridente de Madrid: Sotillos, Franesco y Martuniki) de que no eran tan reaccionarios como nosotros pensábamos.

En una de esas comidas, en el despacho de Elena, entró Alfredo «dónde está esa Martuniki que tanta caña me da en las redes», charlamos un rato y se disculpó porque estábamos comiendo el menú del bar de abajo, no había pasta para más. Al llegar a Ferraz, tanto Alfredo como Elena se habían encontrado el partido en números rojos, sanear las cuentas y salvarnos de la quiebra es algo que nadie les ha agradecido lo suficiente. Total que nos reímos, nos caímos bien y aunque seguí criticando aquello que no me parecía lo mejor para el PSOE, ya no podía hacerlo sin cariño. Se gana más teniendo a los adversarios cerca que lejos y Alfredo era totalmente lo opuesto a un sectario.

Un par de años después, Elena me llamó para colaborar en su campaña a las elecciones europeas de 2014 y en los meses que estuve en Ferraz disfruté de poder charlar con Alfredo, trabajar para él y acompañarle en un momento muy difícil, cuando algunos de mis amigos le hicieron dimitir por el mal resultado que tuvo el PSOE en esas elecciones. Algo inaudito, la verdad. Estuve en la sala de prensa cuando comunicó que se iba y al abrazarle le dije cuanto sentía de corazón su dimisión y él me contestó, «te creo y te lo agradezco». No olvidéis que yo era una tomasista en Ferraz lo que hacía desconfiar a unos y otros.

En las primarias que vinieron tras su dimisión Alfredo me dijo, los tuyos apoyan a Pedro porque piensan que Edu es el mío, pero míos son los dos, yo los he tenido conmigo, yo mandé a Narbona al Consejo de Seguridad Nuclear para que Pedro entrara de Diputado en el Congreso, que andaba por ahí muerto de hambre. También me dijo, se equivoca Susana al elegir a Pedro porque cree que es el más manejable de los dos, éste tiene la mandíbula de acero y se va a ver negra para controlarle. No se equivocó en nada.

Una de las mejores descripciones de Pedro que he oído es que es un lienzo en blanco, puede ser brillante o siniestro en función de la mano que pinte en él. Al poco de ser elegido Secretario General la primera vez, se celebró un Debate sobre el Estado de la Nación en el que Pedro estuvo brillante frente a Rajoy, se había encerrado con Alfredo, durante días, para prepararlo. Poco después, con 89 diputados intentó ser Presidente con los votos de la morralla indepe, algo que Rubalcaba le afeó y Sánchez le retiró la palabra.

Era un trabajador infatigable, si te quedabas algún día más tarde de la hora currando, los demás te hacían la broma «ten cuidado no vayas a encontrarte con el fantasma de Alfredo por los pasillos» Y es que llegaba el primero y se iba el último y como le gustaba pensar paseando, te lo podías encontrar a la vuelta de cualquier esquina de Ferraz.

A mí gustaba decir, «ojo tal o cual como se entere el tito Alfredo» o «esto no le va a gusta al tito Alfredo»… hasta el punto que él me seguía la broma llamándome sobrinita. En mi casa somos mucho de adoptar hermanos, tíos y primos. La familia no se elige, pero los amigos a los que quieres como si fueran de la familia, sí. Y es que era un tío divertido, rápido, encantador, era difícil no quererlo una vez que lo conocías.

Cuando dejó la política y volvió a la Universidad, dando una lección a tantos que no tienen oficio ni beneficio por lo que se aferran a sillón con saña, jamás dejó de contestar al teléfono o de responder a un Whatsapp. ¿Os podéis imaginar un tipo que ha sido todo en España, Vicepresidente, Ministro del Interior, Secretario General del PSOE y que siempre tiene un minuto para todos los que le queríamos y admirábamos por insignificantes que fuéramos? Ya os digo que es una rareza, lo normal es que los líderes se olviden de la plebe en cuanto no les hacemos falta, salvo honrosas excepciones, como Alfredo.

Así que sí, ¡adiós, querido Alfredo! Nos has dejado cuando más falta nos hacía tu inteligencia, tu paciencia, tu prudencia, tu buen juicio. Te echaré de menos. ¡Que la tierra te sea leve!